6 mar 2014

Luces sobre el Yoga - Sri Aurobindo: El Objetivo. 1/5

CAPÍTULO I
EL OBJETIVO

El sistema de Yoga que seguimos aquí tiene un propósito diferente de los otros, puesto que su meta no es tan sólo elevarnos de la habitual consciencia-terrestre ignorante hasta la consciencia divina, sino hacer descender el poder supramental de esa consciencia divina hasta la ignorancia de la mente, de la vida y del cuerpo, para transformarlos, para manifestar al Divino aquí en la tierra y crear una vida divina en la Materia. Éste es un propósito extremadamente difícil y un difícil Yoga; a muchos o a la mayoría les parecerá imposible. Todas las fuerzas establecidas de la habitual consciencia-terrestre ignorante se oponen a ello, lo rechazan y tratan de impedirlo, y el sadhaka hallará que su propia mente, su vida y su cuerpo están llenos de los obstáculos más rebeldes a la realización de este objetivo. 

Si eres capaz de aceptar el ideal con todo tu corazón, enfrentarte a todas las dificultades, dejar atrás el pasado y sus lazos y estás dispuesto a renunciar a todo y arriesgarlo todo por esta divina posibilidad, entonces y sólo entonces puedes tener la esperanza de descubrir con tu propia experiencia la Verdad que está detrás.

La sadhana de este Yoga no procede por ninguna enseñanza mental preestablecida, ni por formas prescritas de meditación, mantras u otras cosas, sino por aspiración, por concentración hacia adentro o hacia arriba, por apertura a la Influencia, al Poder Divino encima de nosotros y a su acción en nosotros, a la Presencia Divina en el corazón, y por la repulsa de todo lo que es extraño a estas cosas. Sólo la fe, la aspiración y la entrega de uno mismo pueden conseguir la realización de esta apertura.

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La única creación para la que hay lugar aquí es la supramental, es decir el descenso de la Verdad divina sobre la tierra, no solamente a la mente y al vital, sino también hasta el cuerpo y la Materia. Nuestro objetivo no es eliminar todas las «limitaciones» que dificultan la expansión del ego, ni dejar libre curso y abrir un campo ilimitado a la ejecución de las ideas de la mente humana o de los deseos de la fuerza vital egocéntrica.

Ninguno de nosotros está aquí «para hacer lo que quiera» o para crear un mundo en el que finalmente podamos hacer lo que nos guste; estamos aquí para hacer lo que quiere el Divino y para crear un mundo en el que la Voluntad Divina podrá al fin manifestar su verdad sin que ésta sea en lo sucesivo deformada por la ignorancia humana, ni pervertida y desnaturalizada por el deseo vital. La obra que el sadhaka del Yoga supramental tiene que efectuar no es su trabajo personal al que puede poner sus propias condiciones, sino la obra divina que tiene que ejecutar de acuerdo con las condiciones establecidas por el Divino. Nuestro Yoga no es por nosotros mismos, sino por el Divino. No es nuestra expresión personal lo que tenemos que buscar, la manifestación del ego individual liberado de toda limitación y de toda traba, sino la manifestación del Divino.

De esta manifestación, nuestra propia liberación, nuestra perfección y nuestra plenitud espiritual serán un resultado y una parte, pero no en un sentido egoísta o por un fin personal o interesado. Esta liberación, esta perfección, esta plenitud, no deben tampoco ser perseguidas para nosotros mismos, sino para el Divino.

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Este Yoga implica no solamente la realización de Dios, sino además una consagración y una transformación completas de la vida interior y exterior, hasta que sea apta para manifestar una consciencia divina y convertirse en parte de una obra divina. Esto implica una disciplina interior mucho más exigente y difícil que la mera austeridad moral y física. No hay que iniciarse en esta vía mucho más vasta y más ardua que la de la mayor parte de Yogas, a no ser que se esté seguro de la llamada psíquica y de la propia resolución de perseverar hasta el fin.

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En los Yogas anteriores era la experiencia del Espíritu, siempre libre y uno con el Divino, lo que se buscaba. La naturaleza tenía que cambiar solamente en la medida que fuera necesaria para dejar de ser un obstáculo para este conocimiento y esta experiencia. Un cambio completo que abarcara incluso el plano físico del ser no fue intentado más que por unos pocos y aun fue más bien como un siddhi que otra cosa, no como la manifestación de una nueva Naturaleza en la consciencia terrestre.

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En el ser humano, que es el ser mental incorporado a la Materia viviente, toda la consciencia tiene que elevarse a fin de llegar hasta la consciencia superior. Y la consciencia superior tiene también que descender a la mente, a la vida y a la Materia.

De este modo las barreras serán derribadas y la consciencia superior podrá hacerse cargo de la totalidad de la naturaleza inferior y transformarla por medio del poder de la Supermente.

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La tierra es un campo material de evolución. La Mente y la Vida, la Supermente, sachchidananda, están desde su origen involucionadas en la consciencia-terrestre; pero sólo la Materia se organiza al principio. Después la vida desciende desde el plano vital para dar forma, organización y actividad al principio de vida en la Materia, y crea la planta y el animal. Más tarde la mente desciende desde el plano mental, y crea al hombre. Ahora ha de descender la Supermente para crear el ser supramental.

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Para llegar a la realización dinámica no es suficiente liberar el purusha del yugo de prakriti; es preciso que la obediencia del purusha sea transferida de la prakriti inferior, con su juego de Fuerzas ignorantes, a la shakti Divina Suprema, la Madre. Es un error identificar la Madre con la prakriti inferior y su mecanismo de fuerzas. Prakriti no es más que un mecanismo establecido aquí abajo para el funcionamiento de la ignorancia evolutiva. Así como el ser ignorante, mental, vital o físico, no es él mismo el Divino -aunque proceda del Divino- tampoco el mecanismo de prakriti es la Madre Divina. Sin duda hay alguna cosa de la Madre en este mecanismo y detrás de él que lo sostiene para los fines de la evolución; pero ella, en sí misma, no es una shakti de la avidya, sino la Consciencia, la Luz, el Poder Divinos -para prakriti- hacia la que nos dirigimos para obtener la liberación y la realización divina.

La realización de la consciencia del purusha tranquilo y libre, que observa el juego de las fuerzas pero sin apegarse ni involucrarse en ella, es un medio de liberación. Hay que hacer que la calma, el desapego, la fuerza y el gozo apacibles atmarati de lo alto desciendan y se asienten tanto en el ser vital y el ser físico como en la mente; si se logra esto, ya no se es más una víctima del torbellino de las fuerzas vitales. Pero esta calma, esta paz, esta fuerza y este gozo silenciosos no son más que el primer descenso del Poder de la Madre en el adhara. Más allá de esto hay un Conocimiento, un Poder de ejecución, un ananda dinámico, que no son los de la prakriti ordinaria, ni siquiera cuando ésta se formula en su mejor y más sattvika expresión, sino Divinos en su naturaleza.

Primero, sin embargo, se necesita la calma, la paz y la liberación. Tratar de hacer descender el lado dinámico demasiado pronto no es aconsejable, porque éste descendería entonces en una naturaleza agitada e impura, incapaz de asimilarlo, y como consecuencia de ello podrían surgir serias perturbaciones.

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Si la Supermente no tuviera que darnos una verdad más grande y más completa que ninguna otra de los planos inferiores, no valdría la pena intentar alcanzarla. Cada plano tiene sus propias verdades; algunas dejan de ser verdad, en un plano más elevado. Por ejemplo, el deseo y el ego son verdades de la Ignorancia mental, vital y física; en este dominio, un hombre sin ego ni deseo sería un autómata tamásico. Si ascendemos más, el deseo y el ego ya no aparecen como verdades; son engaños que desfiguran la persona verdadera y la voluntad verdadera. La lucha entre los Poderes de la Luz y los Poderes de
las Tinieblas es una verdad aquí; pero a medida que nos elevamos va dejando de serlo cada vez más y en la supermente ya no lo es en absoluto.

Otras verdades subsisten, pero cambian de carácter, de importancia y de posición en el conjunto. La diferencia o el contraste entre el Personal y el Impersonal es una verdad en la Sobremente; en la Supermente esos aspectos no son una verdad separada, son inseparablemente una sola cosa. Pero quien no ha conquistado y vivido las verdades de la Sobremente no puede alcanzar la Verdad Supramental. El orgullo incompetente del intelecto del hombre hace distinciones tajantes y quiere llegar de una sola vez hasta la más alta verdad, sea la que fuere, y proclamar que todo lo demás es falsedad; pero eso es un error de la ambición y de la arrogancia. Hay que escalar apoyándose firmemente en los pies a cada paso si se quiere llegar a la cumbre.

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Es un error vivir demasiado pendiente de la naturaleza inferior y de sus obstáculos, que no es más que el lado negativo de la sadhana. Hay que verlos y purificarlos, pero preocuparse de ello como de la única cosa importante no es provechoso. Es el lado positivo de la experiencia del descenso lo que más importa. Si tuviera uno que esperar a que la naturaleza inferior estuviera entera y definitivamente purificada para pedir el descenso de la experiencia positiva, tal vez tendría que esperar eternamente.

Es verdad que cuanto más se purifica la naturaleza inferior, tanto más fácil se toma el descenso de la Naturaleza superior; pero también es verdad -y aun lo es más- que cuanto más desciende la Naturaleza superior, más se purifica la naturaleza inferior. Ni la purificación completa, ni la manifestación perfecta y permanente pueden producirse de repente; es cosa de tiempo y de progreso paciente. Ambas -purificación y manifestación- avanzan a la par y adquieren cada vez más fuerza para ayudarse mutuamente. Esta es el curso habitual de la sadhana.

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Intensidades como esa no permanecen en tanto que la consciencia no haya sido transformada; ha de haber un periodo de asimilación. Cuando el ser es inconsciente, la asimilación prosigue detrás del velo o debajo de la superficie, y mientras tanto la consciencia superficial ve únicamente estancamiento y pérdida de lo que había obtenido anteriormente. Pero cuando te tornas consciente, puedes percibir que la asimilación prosigue y te das cuenta de que nada se ha perdido, de que lo que acontecía no era otra cosa que una sosegada consolidación de lo que había descendido.

La inmensidad, la calma y el silencio irresistibles en los que te sientes inmerso son lo que se denomina el atman o el brahmán silencioso. El único objetivo de muchos Yogas es esta realización del atman o del brahmán silencioso y vivir en ella. En nuestro Yoga no es más que la primera etapa de la realización del Divino y de ese crecimiento del ser en la Consciencia superior o divina que nosotros denominamos transformación.

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El ser verdadero puede ser realizado bajo uno de los dos aspectos siguientes o bajo ambos: el Ser-en-Sí o atman y el alma o antaratman, llamado también el ser psíquico o chaitya purusha. La diferencia consiste en que el uno es percibido como universal, el otro como individual y sosteniendo la mente, la vida y el cuerpo. Cuando realizas primero el atman, lo percibes como algo separado de todas las cosas, existiendo en sí mismo y desapegado, es a esta realización que cabe aplicarle la imagen de la cáscara de un coco seco. Cuando se realiza el ser psíquico, no ocurre lo mismo; porque esta realización aporta el sentimiento de unión con el Divino, de dependencia de El, de exclusiva consagración al Divino solamente, y el poder de cambiar la naturaleza y de descubrir en sí mismo el verdadero ser mental, el verdadero ser vital y el verdadero ser físico. Ambas realizaciones son necesarias para este Yoga.

El «yo» o pequeño ego está constituido por la Naturaleza y es una formación a la vez mental, vital y física, destinada a facilitar la centralización y la individualización de la consciencia y de la acción exteriores. Una vez que ha sido descubierto el ser verdadero cesa la utilidad del ego y esta formación tiene que desaparecer; en su lugar se percibe el ser verdadero.

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Los tres gunas se purifican, se refinan y se transforman en sus equivalentes divinos: sattva se convierten en jyoti, la luz espiritual auténtica; rajas se convierte en tapas, la fuerza divina sosegadamente intensa; tamas se convierte en shama, el sosiego, la paz, el reposo divinos.

Todas las cosas están sometidas a tres poderes del cosmos: la creación, la conservación y la destrucción; todo lo creado dura un cierto tiempo, después empieza a desmoronarse. La eliminación de la fuerza de la destrucción implica una creación que no sea destruida, una creación que dure y que se desarrolle sin cesar. En la Ignorancia la destrucción es necesaria para el progreso; pero en el Conocimiento, en la creación-de-la Verdad, la ley es la de un desarrollo constante sin ningún pralaya.

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